Arquitecto: Tadao Ando
El pabellón de Japón se encontraba situado en el cruce del Camino de las Acacias con la Avenida 5 o del Ombú, actual calle Leonardo Da Vinci y Charles Darwin respectivamente, y entre los pabellones de Arabia Saudí y de las Artes.
Japón, una de las principales potencias mundiales instaló en el recinto de Expo'92 el que fue, para muchos, el mejor pabellón de la Muestra Universal. Sea como fuere, las cifras atestiguan el esfuerzo que pusieron los nipones en su pabellón, en el que invirtieron mil quinientos millones de pesetas en su construcción, mil en el contenido expositivo y un total de siete mil millones para ser el centro de todas las miradas durante aquel 1992.
El edificio, construido en su mayor parte de madera, material tradicional del país fue proyectado como una representación de la cultura japonesa. La creación de Tadao Ando se dividía en cuatro niveles y por encima de ellos se disponían vigas y columnas de madera laminada. El visitante accedía a través del "taiko bashi", un puente en forma de arco que conducía a la planta superior y a la galería de acceso, un enorme espacio abierto al público.
En su entrada, más de trescientas figuras de hombres y mujeres de origen japonés, en representación del pueblo nipón, portaban referencias de la cultura del país, haciendo más llevadera la espera para acceder.
En cuanto al contenido, el país relegó su imagen tecnológica por otra menos conocida: su cultura milenaria. Entre ellos destacaban el "kinari", el arte japonés del origami o papiroflexia; el alfabeto "hiragana", uno de los códigos de escrituras empleados en el país y mostrados a través de gráficos generados por ordenador o una exposición del Japón del siglo XVI: las expediciones japonesas a Europa, sus navíos y las figuras más importantes.
Una de las joyas del pabellón fue la reproducción a tamaño real de los dos pisos superiores del castillo de Azuchi. En su interior, pinturas de la época samuráis y biombos decoraban las salas. A continuación, el visitante podía admirar armaduras procedentes de la guerra civil japonesa del siglo XVI, así como artículos de la vida cotidiana de diseño clásico nipón: telas, platos o abanicos.
En la última sala, la más avanzada tecnología cobraba protagonismo a través de imágenes holográficas, lásers, computadoras, tecnologías de fibra óptica... siendo la única referencia al Japón más tecnológico.
El restaurante del pabellón, junto a la tienda de souvenirs, con capacidad para ochenta personas y decorado al más puro estilo japonés, ofrecía al visitante la gastronomía típica: sushi, sashimi y yakitori, entre sus especialidades.
Situado en el exterior, un teatro giratorio se convirtió en una de las mayores atracciones del pabellón. Formado por cinco salas y ochenta y seis butacas cada una, el público visualizaba durante 27 minutos una mezcla de dibujos animados, filmación real y diseño gráfico por ordenador donde los protagonistas: Don Quijote de la Mancha y su compañero Sancho, conocían todos los aspectos de la cultura japonesa guiados por el ninja Sasuke (mascota oficial del pabellón). Sasuke era en realidad un personaje de manga llamado Hattori Kanzo que llegaría a España, con doblaje en castellano, dos años más tarde.
Pese al gran despliegue del país, el pabellón fue creado desde su origen como una obra efímera, una "flor de loto" en palabras de su arquitecto, del que su belleza quedaría solo en el recuerdo. Tanto el ayuntamiento sevillano como distintas empresas se opusieron al desmontaje pero igual que fue el primer pabellón en terminar sus obras en el recinto de la Cartuja, se convirtió en uno de los primeros también en desaparecer tras el cierre de la Muestra Universal.
Japón, una de las principales potencias mundiales instaló en el recinto de Expo'92 el que fue, para muchos, el mejor pabellón de la Muestra Universal. Sea como fuere, las cifras atestiguan el esfuerzo que pusieron los nipones en su pabellón, en el que invirtieron mil quinientos millones de pesetas en su construcción, mil en el contenido expositivo y un total de siete mil millones para ser el centro de todas las miradas durante aquel 1992.
El edificio, construido en su mayor parte de madera, material tradicional del país fue proyectado como una representación de la cultura japonesa. La creación de Tadao Ando se dividía en cuatro niveles y por encima de ellos se disponían vigas y columnas de madera laminada. El visitante accedía a través del "taiko bashi", un puente en forma de arco que conducía a la planta superior y a la galería de acceso, un enorme espacio abierto al público.
En su entrada, más de trescientas figuras de hombres y mujeres de origen japonés, en representación del pueblo nipón, portaban referencias de la cultura del país, haciendo más llevadera la espera para acceder.
En cuanto al contenido, el país relegó su imagen tecnológica por otra menos conocida: su cultura milenaria. Entre ellos destacaban el "kinari", el arte japonés del origami o papiroflexia; el alfabeto "hiragana", uno de los códigos de escrituras empleados en el país y mostrados a través de gráficos generados por ordenador o una exposición del Japón del siglo XVI: las expediciones japonesas a Europa, sus navíos y las figuras más importantes.
Una de las joyas del pabellón fue la reproducción a tamaño real de los dos pisos superiores del castillo de Azuchi. En su interior, pinturas de la época samuráis y biombos decoraban las salas. A continuación, el visitante podía admirar armaduras procedentes de la guerra civil japonesa del siglo XVI, así como artículos de la vida cotidiana de diseño clásico nipón: telas, platos o abanicos.
En la última sala, la más avanzada tecnología cobraba protagonismo a través de imágenes holográficas, lásers, computadoras, tecnologías de fibra óptica... siendo la única referencia al Japón más tecnológico.
El restaurante del pabellón, junto a la tienda de souvenirs, con capacidad para ochenta personas y decorado al más puro estilo japonés, ofrecía al visitante la gastronomía típica: sushi, sashimi y yakitori, entre sus especialidades.
Situado en el exterior, un teatro giratorio se convirtió en una de las mayores atracciones del pabellón. Formado por cinco salas y ochenta y seis butacas cada una, el público visualizaba durante 27 minutos una mezcla de dibujos animados, filmación real y diseño gráfico por ordenador donde los protagonistas: Don Quijote de la Mancha y su compañero Sancho, conocían todos los aspectos de la cultura japonesa guiados por el ninja Sasuke (mascota oficial del pabellón). Sasuke era en realidad un personaje de manga llamado Hattori Kanzo que llegaría a España, con doblaje en castellano, dos años más tarde.
Pese al gran despliegue del país, el pabellón fue creado desde su origen como una obra efímera, una "flor de loto" en palabras de su arquitecto, del que su belleza quedaría solo en el recuerdo. Tanto el ayuntamiento sevillano como distintas empresas se opusieron al desmontaje pero igual que fue el primer pabellón en terminar sus obras en el recinto de la Cartuja, se convirtió en uno de los primeros también en desaparecer tras el cierre de la Muestra Universal.
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