Arquitecto: Imre Makovecz
Superficie de la parcela: 1639 metros cuadrados
Superficie construida: 2041 metros cuadrados
El Pabellón de Hungría, concebido en un principio como efímero, se encuentra situado en la calle Marie Curie, denominada como Avenida 3 o de las palmeras durante Expo'92, junto a la parcela que dejó libre el Pabellón de Austria y haciendo esquina con la calle Louis Pasteur.
Está construido en madera y revestido de pizarra. Su arquitecto asemejó su aspecto exterior a una iglesia rural húngara, en la que se alzan siete torres. Su interior está dividido en dos sectores perfectamente diferenciados: el oeste, donde todavía se conserva el roble traído de las riberas del río Danubio y, cuyas raíces, pueden verse a través de un suelo de cristal; y el sector este, donde se encontraban los contenidos del museo durante su etapa como Pabellón de la Energía Viva.
La presencia de Hungría en la Muestra Universal estuvo representada por un contenido cargado de simbolismo, huyendo de lo material: grandes exposiciones, audiovisuales o juegos interactivos. El recorrido comenzaba con una explicación sobre el significado del pabellón por parte de las azafatas y se continuaba por un largo y oscuro pasillo con un incesante sonido de bombardeos, donde se alzaban las siete torres del pabellón.
El pasillo desembocaba en la sala central del edificio, con suelo de cristal, donde se encontraba el "árbol de la vida", un roble de dieciséis metros de altura traído desde un bosque húngaro a orillas del río Danubio. El roble, desprovisto de follaje y con las raíces a la vista, simbolizaba la ancestral religión e historia húngaras así como la relación de este país con la naturaleza.
También se quería representar la unión de dos mundos: el real (tronco y ramas del árbol) y el irreal (raíces) separados únicamente por el suelo de cristal. Durante todo el recorrido, la penumbra y los sonidos acompañaban al visitante: voces de niños, música, entre otros. Cada 20 minutos tañían las campanas del pabellón, indicando el final de cada visita.
Obra del experto campanero húngaro Laszlo Csury, estas campanas de bronce fueron traídas a Sevilla en camión desde la pequeña localidad de Orbotytyán y con sus 1.252 kilos de peso se convirtieron en unas de las protagonistas del pabellón.
El sonido de las campanas indicaba también el comienzo de la proyección audiovisual del pabellón. En un comienzo se proyectaba un corto sobre la historia del país en el siglo XX que, debido al escaso éxito entre el público, fue sustituido por un vídeo meramente turístico. Un juego de luces sobre los costados de las siete torres del pabellón daban por finalizada la visita.
Tras la clausura de la Exposición Universal, el pabellón fue adquirido por la empresa tecnológica Euroinges, con la intención de crear en él un centro de Relación y Comunicación, Transferencia de Tecnología Agroalimentaria y Formación de Nuevas Tecnologías. Tras un año 1993 sin desarrollar ninguna actividad de I+D en el edificio, el pabellón pasó a manos de Euroisis, un Instituto Superior en el que se impartían estudios técnicos e informáticos que tuvo el mismo destino que su anterior inquilino.
La presencia de Hungría en la Muestra Universal estuvo representada por un contenido cargado de simbolismo, huyendo de lo material: grandes exposiciones, audiovisuales o juegos interactivos. El recorrido comenzaba con una explicación sobre el significado del pabellón por parte de las azafatas y se continuaba por un largo y oscuro pasillo con un incesante sonido de bombardeos, donde se alzaban las siete torres del pabellón.
El pasillo desembocaba en la sala central del edificio, con suelo de cristal, donde se encontraba el "árbol de la vida", un roble de dieciséis metros de altura traído desde un bosque húngaro a orillas del río Danubio. El roble, desprovisto de follaje y con las raíces a la vista, simbolizaba la ancestral religión e historia húngaras así como la relación de este país con la naturaleza.
También se quería representar la unión de dos mundos: el real (tronco y ramas del árbol) y el irreal (raíces) separados únicamente por el suelo de cristal. Durante todo el recorrido, la penumbra y los sonidos acompañaban al visitante: voces de niños, música, entre otros. Cada 20 minutos tañían las campanas del pabellón, indicando el final de cada visita.
Obra del experto campanero húngaro Laszlo Csury, estas campanas de bronce fueron traídas a Sevilla en camión desde la pequeña localidad de Orbotytyán y con sus 1.252 kilos de peso se convirtieron en unas de las protagonistas del pabellón.
El sonido de las campanas indicaba también el comienzo de la proyección audiovisual del pabellón. En un comienzo se proyectaba un corto sobre la historia del país en el siglo XX que, debido al escaso éxito entre el público, fue sustituido por un vídeo meramente turístico. Un juego de luces sobre los costados de las siete torres del pabellón daban por finalizada la visita.
Tras la clausura de la Exposición Universal, el pabellón fue adquirido por la empresa tecnológica Euroinges, con la intención de crear en él un centro de Relación y Comunicación, Transferencia de Tecnología Agroalimentaria y Formación de Nuevas Tecnologías. Tras un año 1993 sin desarrollar ninguna actividad de I+D en el edificio, el pabellón pasó a manos de Euroisis, un Instituto Superior en el que se impartían estudios técnicos e informáticos que tuvo el mismo destino que su anterior inquilino.
En el verano de 1996, el pabellón es adquirido por una nueva empresa, Atymsa Nuevas Tecnologías, que nunca llegó a instalarse en él, estando en desuso hasta el año 2002, cuando fue reabierto para albergar en su interior un museo sobre los fenómenos relacionados con los distintos tipos de energía: el Pabellón de la Energía Viva. Tras su cierre en 2006, el pabellón cayó en el abandono pese a ser declarado Bien de Interés Cultural para evitar una posible demolición y fue posteriormente puesto en venta. Su estado actual es bueno, aunque se aprecia un avanzado deterioro en la madera del exterior y pérdida de parte de las piezas de pizarra que cubrían el edificio.
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